Continuando con la temática de lo que mi colega acaba de describir vamos ahora a continuar con las condiciones de cautiverio de las víctimas en el Centro Clandestino de Detención “El Vesubio”
Sobre las torturas
Digamos que todos los secuestrados alojados en el Vesubio fueron torturados, y ello es así por cuanto además de los suplicios a que eran sometidos durante las sesiones de interrogatorio, los cautivos también fueron víctimas de otro tipo de torturas que formaban parte del acontecer diario dentro del centro.
Decimos entonces que constituye tortura el variado tratamiento agresivo, humillante, despersonalizante, en fin, en extremo mortificante a que eran sometidos los secuestrados, ofensas que, por su carácter permanente, reiterado, y conjunto, establecieron condiciones de vida de extrema inhumanidad, constitutivas en sí mismas de tormento.
En estas condiciones deplorables estuvieron alojadas también mujeres embarazadas y niños y recordemos aquí que tres de estas mujeres dieron a luz durante en cautiverio: María Teresa Trotta de Castelli, Rosa Luján Taranto de Altamiranda y Blanca Estela Angerosa.
Sus hijos recién nacidos fueron desaparecidos, sustraídos y ocultados suprimiendo su identidad. Hasta el momento el hijo de Blanca Angerosa continúa desaparecido; en tanto las hijas de Rosa Taranto y María Teresa Trotta fueron liberadas recién en los años 2007 y 2008 respectivamente; y pudieron así conocer su origen y reencontrarse con sus familias.
En la causa 13, haciendo referencia a las inhumanas condiciones de vida, la Cámara Federal dijo: “Todo ello debía seguramente crear en la víctima una sensación de pánico cuya magnitud no es fácil comprender ni imaginar, pero que, en sí, constituye también un horroroso tormento” (en el capítulo XIII lo dijo).
Sin embargo y pese a esta categórica definición, en la causa 13 no se dieron por probados los tormentos sufridos por las víctimas cuando no se hubiese acreditado que se las había sometido a una técnica de tortura física particular.
En este proceso, en este proceso como en otros que se sustancian en esta etapa histórica, nosotros le proponemos que el Tribunal supere esta inconsistencia interna del valioso fallo de la Cámara Federal.
El objetivo de la tortura es aniquilar la resistencia del sujeto y para ello los represores no escatimaron ni esfuerzos, ni ingenio, ni crueldad.
Veamos entonces cuáles fueron las distintas características de las atroces condiciones de vida que debieron soportar los secuestrados.
El Tabicamiento
Inmediatamente después de la privación ilegal de la libertad, a los secuestrados se les colocaba una capucha en la cabeza o vendas sobre los ojos para impedirles la visión y así permanecían durante todo el cautiverio.
Este impedimento para ver hacía que las víctimas perdieran también noción del tiempo y del espacio y los dejaba expuestos e indefensos al ataque, por lo que acentuaba el estado de alerta permanente.
Son muchos los testimonios que dan cuenta de esto, entre los siguientes que vamos a citar:
Miguel Fuks relató que entró vendado al Vesubio y dijo que “Los 22 o 23 días que estuve en el Vesubio permanecí vendado… si nos levantábamos la venda éramos castigados, sólo se nos permitía levantarla cuando íbamos al baño…”
A preguntas de la defensa a cargo del Dr. Halaman, el testigo Claudio Niro fue contundente “si intentaba sacarse la capucha lo cagaban a trompadas. No se podía permanecer sin capucha, se la levantaban sólo cuando no había guardia”.
Noemí Fernández Álvarez afirmó que las vendas que les ponían en los ojos eran trapos inmundos que les producían infecciones, y según si la guardia era buena o mala había más o menos ensañamiento cuando les ponían dichas vendas.
Inés Vázquez señaló que desde que la subieron al auto fue encapuchada, primero con el montgomery que tenía puesto y luego con una capucha que le pusieron en el Vesubio.
Sobre la Supresión de la identidad
Una vez que el secuestrado llegaba al centro, en la mayoría de los casos primero era sometido al interrogatorio bajo tortura y luego era conducido al sector donde iba a permanecer alojado durante el cautiverio. En el momento de llegar a este sector, se le hacía conocer el código alfanumérico al que iba a responder en adelante, que venía a suplir su nombre.
Esta nueva identificación era registrada en listas que en ocasiones los mismos secuestrados fueron obligados a copiar en una máquina de escribir.
A esta sustitución del nombre por un código se agregaron también otros procedimientos que destruían la identidad, como el retiro de los efectos personales y de la ropa, y su sustitución por uniformes precarios.
Faustino Fernández manifestó que “había una pérdida de identidad total. Sentía que no era nada ni nadie”.
María Susana Reyes manifestó que cuando ingresó al centro clandestino Vesubio le decían “olvídate de tu nombre, a partir de ahora vas a ser M 17.”
Juan Antonio Frega resaltó “... No éramos más nombres, éramos números, nos llamaban por números a interrogatorios…”
Juan Carlos Galán dijo durante el debate que “… cuando entra al CCD le dan una letra y un número, el M 29, así lo sindicaban como montonero...”
Claudio Niro fue claro cuando manifestó “Perdés la identidad, te sacan la ropa, te ponen ese uniforme y ya no sos, son un número y una letra”.
Juan Carlos Farías contó que los llevaron a un lugar donde eran todas cuchas, como animales. “Cuando voy entrando me pegan y me dice cómo te llamas y yo le digo ‘Juan Carlos Farías’, me dicen ahora no te vas a llamar más así. Me dieron una letra y un número, no me acuerdo hoy por hoy, como prueba me preguntaron nuevamente mi nombre, yo les dije y me cagaron a palos otra vez, porque no les dije la letra y el número. Le tuve que decir la letra y el número…” nos contó aquí resignado.
Recordemos, en ese momento Juan Carlos Farías tenía tan solo 16 años.
El Cautiverio en cuchas y el Hacinamiento
Una vez que habían sido interrogados, la mayoría de los secuestrados eran alojados en la Casa 3, en las cuchas, un mínimo espacio en el que apenas cabía una colchoneta. Eran espacios oscuros, fríos, húmedos, sin ventilación ni luz natural. Los secuestrados que permanecieron alojados allí dan cuenta del martirio que significó pasar jornadas completas engrillados en ese lugar.
Guillermo Dascal refirió que fueron instalados en unas cuchas que eran unos separadores, encadenados a la pared.
Virgilio Washington Martínez manifestó: “… nos llevaron a un lugar donde había unas cuchitas con una pared atrás y unas parecitas chiquititas al costado. Tenía una cosa para enganchar las esposas...”
Javier Goldín relató que estuvo en las cuchas y que tenían las siguientes características “Eran celdas sin puerta, dimensión de un colchón, eran tres personas encadenadas contra la pared.”
Arnaldo Piñón relató que luego de 5 días lo trasladan a otra casa, que supo luego que se trataba de la denominada casa 2 (se dijo 2, pero originariamente decía 3). Describió las condiciones de ese lugar, manifestando “... había cuchas, tabiques de ladrillo de canto, 1 mts. o 1.20 mts. Me sacan la ropa, y me dan un uniforme de fajina de servicio militar. Estuve inmovilizado por un gancho a 15 cm. del suelo. A veces enganchaban una mano a un pie. No me pude mover y era casi imposible moverse…”.
Las personas alojadas en el sótano de la casa 1 y en una de las habitaciones de la casa 3 también relataron las condiciones de hacinamiento en las que permanecieron durante el cautiverio en el centro.
Graciela Dellatore manifestó que estuvo secuestrada en un sótano con varias personas, donde llegaron a estar 16 pegadas unos con otro.
Explicó que ese sótano “tenía una conformación de unos 4 metros por tres. Entraban a lo largo dos personas, una a continuación de la otra”.
Alicia Carriquiriborde de Rubio manifestó que permaneció alojada en el sótano con alrededor de 15 personas. Dijo “Ahí estábamos esposados, con las manos atrás, los ojos vendados y estábamos muy juntos unos al lado de los otros porque pareciera que el lugar era más o menos pequeño; y hacía mucho frío allí.” Precisó que en ese espacio “…nosotros estábamos en unas colchonetas que no siempre alcanzaban para todos, estábamos muy juntos, y estábamos con la cabeza hacia un lado y nuestros pies estaban con los pies de los del otro lado. Tal vez estaban, como en un costadito, entre el espacio que podía quedar entre los pies de uno y los pies de otro, algunas personas, que no siempre estaban acomodadas de la misma manera.” Manifestó también Carriquiriborde que en el sótano la luz estaba prendida las 24 hs del día.
Guillermo Lorusso relató que todos los secuestrados estaban encadenados a la pared y a un compañero y que en algún momento llegaron a ser 35 personas entre hombres y mujeres. Dijo durante la audiencia “estuve allí en el piso, encadenado, sin ningún tipo de cobertura, no podía tomar ninguna postura adecuada, alguna postura permanente, sin que los huesos se clavaran en el piso”
Roberto Gualdi precisó durante la audiencia que estaba tirado en una sala grande con una frazada y que a la noche luego de ser torturado trajeron a su lado a otro muchacho, Guillermo Lorusso y los encadenaron juntos. Dijo “Con él estuvimos los veintipico de días que estuvimos juntos. De ahí me paré sólo una vez para ir al baño en veinte días, porque para orinar nos traían un tacho. Estábamos esposados hacía el costado los dos con una sola frazada. La esposa nos unía a los dos.”
Cristina Navarro, quien estuvo alojada en la casa 2 relató que estuvieron todo el tiempo tirados en el piso, que era pleno invierno y solo contaban con una manta sucia. Estaban además encapuchados.
Arnaldo Piñón refirió que luego de la tortura, lo llevaron a otra habitación dentro de la casa 2 y que ahí lo ataron contra la pared por un gancho y que, inmediatamente empezó a caer mucha gente, que pisaba y gritaba y era llevada a la sala de tortura. Relató que durante todo el cautiverio tanto en casa 2 como en casa 3 permaneció sin ver la luz, sin comer, sin poder ir al baño, con mucho frío y sin poder hablar. Dijo “Estar tirado en el piso con poca ropa es un sufrimiento, el hambre es otro”
Sobre el engrillamiento con esposas y la restricción de los movimientos
Tanto los secuestrados que permanecieron alojados en las cuchas de la casa 3 como los que permanecieron en habitaciones próximas a las salas de tortura de la casa 2, y los que durante el año 76 estuvieron alojados en las habitaciones de la planta principal o en el sótano de la casa 1, todos ellos fueron esposados y encadenados a la pared por grillos que se encontraban a la altura del zócalo. En ocasiones incluso estaban con una de sus manos encadenadas a la pared y con la otra sujetos a otro compañero.
La cadena que los sujetaba a la anilla de la pared era además muy corta lo que les impedía moverse, como dan cuenta numerosos testimonios.
Eduardo Kiernan fue muy gráfico para describir la restricción de movimientos que implicaba el encadenamiento a la pared. Durante su testimonio relató una vivencia en el Vesubio en que dos jóvenes secuestrados fueron golpeados por la guardia que los encontró hablando, dijo: “fueron, nos hicieron parar, que conste que como la yuga y el piso no permitía eso, uno se paraba pero quedaba el cuerpo en una “L”. Es decir la cabeza apuntando contra la pared, agachado.” Así está explicada, en palabras de un sobreviviente la restricción de los movimientos que imponían esos grillos.
Noemí Fernández Álvarez –que estuvo alojada en el sótano de la casa 1 en el año 1976- contó que tenían esposas tanto en los tobillos como en las muñecas, y se dañaban produciéndose llagas en ambas partes del cuerpo.
Horacio Vivas, también alojado en el sótano de casa 1, manifestó al relatar que eran esposados con las manos adelante o atrás que “las esposas tenían en su interior grabado bajo relieve el nro. de la unidad carcelaria que las utilizaba, en mi caso decía U 16”.
Alicia Carriquiriborde relató que las esposas que les colocaron tenían marcas de la Unidad 7 de Resistencia de Chaco.
Guillermo Lorusso refirió que estaban todo el día sentados, con esposas a la pared, y esposados entre sí. Asimismo dijo “Nunca nos sacaban las esposas, para dormir había que estar en una posición determinada, era muy doloroso”.
Sobre la Supresión de toda forma de comunicación entre los cautivos.
La prohibición de hablar generaba un total estado de aislamiento, que en el marco del inexistente contacto con el mundo exterior por el tabicamiento, afectaba profundamente a las víctimas, reduciendo su capacidad de resistencia al eliminar la posibilidad de brindarse recíprocamente ánimo frente al martirio que sobrellevaban, incrementando así la deshumanización y el desamparo por el aislamiento.
Horacio Vivas nos relató que “... Había que guardar silencio. Pero la guardia estaba lejos o a veces era mas tolerante y podíamos hablar, pero no era lo habitual, porque si nos sorprendían hablando además de la tortura venían los castigos especiales...”
Noemí Fernández Blanco expresó que luego de ser sometida a la práctica del submarino –esto es sumergir la cabeza en una bañera con agua hasta que la persona comienza a ahogarse-, le dieron una paliza brutal porque ahí no se podía hablar. Nos dijo: “Aprendí rápido que ahí no se podía hablar y por supuesto estaba vendada los ojos, tirada en una colchoneta inmunda en una habitación con gente y estaba esposada. Calculo que habría entre 10 y 20 personas”. Relató además que la tarea de los guardias consistía en prohibirles hablar.
Mónica Piñeiro en su declaración en el debate mencionó “Recuerdo que un día nos pusimos con Nieves a cantar y ahí nos cagaron a patadas, había alguien escuchándonos”.
Ricardo Wejchenberg dijo y fue contundente cuando nos relató que “a los hombres nos pegaban si nos encontraban hablando”.
María Elida Serra Villar manifestó que no podían moverse ni hablar, porque sino les pegaban. En ese contexto, señaló que una vez los encontraron hablando a Graciela Jatib y José Quiroga y los molieron a palos. En igual sentido, declaró durante el debate Ariel Adhemar Rodríguez Celin.
Rubén Darío Martínez señaló que durante su permanencia en el centro clandestino fue golpeado por hablar con Roberto Cristina.
Sobre los castigos permanentes que sufrían los cautivos
Las golpizas brutales que sufrieron los secuestrados han acarreado en muchas ocasiones quebradura de huesos; abortos, y también han coadyuvado a la muerte de algunas personas.
Este tipo de palizas eran propinadas con puñetazos, patadas y con todo tipo de elementos contundentes. Los golpes podían ser aplicados por la guardia como castigo, o como sádico divertimento.
En ocasiones las palizas fueron tan salvajes que mataron a uno de los secuestrados, como en el caso de Emérito Darío Pérez que pese a encontrarse en pésimas condiciones físicas luego de la tortura durante el interrogatorio, fue golpeado a patadas por el guardia que se hacía llamar Ronco, conforme lo relatara su compañero de cautiverio Hugo Luciani.
Gabriel Alberto García en su declaración incorporada por lectura, relató que “cuando hacía unos siete días que se encontraba en el centro, fue sorprendido hablando con otro cautivo y se le impuso como castigo que cada vez que Radio Colonia emitiera la señal horaria iba a ser golpeado; y así fue efectivamente, como cada hora se acercaban los guardias y uno de ellos le pegaba hasta cansarse con un palo; de esta manera le fracturaron la tercera y la cuarta costilla derecha, la clavícula derecha, causándole también traumatismo de cráneo con pérdida de sangre”.
Luis Pérez Pittore, fue salvajemente torturado, lo que lo afectó psicológicamente y comenzó a delirar mientras estaba alojado en la casa 3, y gritaba pidiendo ayuda. Los guardias se acercaban y lo pateaban para que se callara, esta situación se repitió en varias oportunidades hasta que Pérez, “El Viejo” como lo llamaban sus compañeros de cautiverio, murió como producto de estos golpes.
Ricardo Wejchemberg, Jorge Watts, Roberto Arrigo, Alfredo Peña y Juan Frega, que compartían el sector de cuchas con Pérez, evocaron en la audiencia que cuando los guardias luego de matarlo a golpes, retiraron su cadáver, ellos decidieron homenajearlo cantando el himno nacional. Esto les valió una golpiza generalizada.
Eduardo Kiernan relató que en una oportunidad el guardia Kolynos se había ensañado con Daniel Ciuffo. Tomó un caño y lo obligaba a estar sentado, levantaba el caño, lo soltaba para que lo golpeara y decía “el fierrito”. Contó que eso lo hizo 5 o 6 veces seguidas, y el guardia le dijo a Ciuffo que cada una hora iba a volver y le iba a tirar el fierrito, y así lo hizo cada hora. Nos contó que hubo un último golpe en el que Ciuffo cayó y se lo tuvieron que llevar a la enfermería.
También relataron los testigos que era habitual que los golpearan en los miembros inferiores, específicamente en las rodillas.
Álvaro Aragón relató que todos estaban en un estado deplorable, picaneados; dijo que “Carlos Lorenzo estaba mal, tenía mal la rodilla peor que yo.”
Silvia Saladino recordó que Esther Gersberg, que estaba embarazada de seis meses, tenía la rodilla destrozada.
Laura Waen manifestó que la golpearon en la pierna derecha con una goma, dijo que eran golpes muy fuertes y le dijeron que no iba a volver a caminar. Refirió que esa pierna le sangraba mucho y que aún hoy tiene una cicatriz. Fortaleciendo sus dichos, Cristina Navarro, recordó que escuchó a Laura Waen que se quejaba mucho de la rodilla.
María Angélica Pérez de Micflik dijo en su testimonio que supo por otros compañeros que su esposo Saúl había sido torturado brutalmente y le habían roto las rodillas. Manifestó que eso era habitual en el centro clandestino y que lo pudo comprobar cuando lo vio a su marido, con el permiso del Francés y que todavía cojeaba.
Rubén Darío Martínez expresó que le habían dejado la rodilla izquierda destrozada con los golpes.
Jorge Watts contó en la audiencia que durante la sesión de tortura lo golpearon y uno de los torturadores le explicaba a otro “como dándole una lección, que convenía golpear las articulaciones y no en cualquier lado porque se corría el riesgo de romper algún hueso, o cosas por el estilo que eran difícil de manejar, pero golpeando las articulaciones, codo y rodilla, lograban inmovilizar la zona, es decir hematizar una articulación que está protegida por los huesos , llegar a tener un punto muy doloroso; aparte impedir así el movimiento o dificultar el movimiento y además, una vez más, lastimado, y hematizado, lo volvían a picanear”.
Agregaremos como un dato más que permite confirmar esta técnica especial de golpes aplicada en el CCD Vesubio que al prestar declaración Zeoliti dijo que vio a las personas secuestradas en mal estado producto de las torturas y especificó que vio a algunos de ellos “golpeados en las piernas”.
También estaba la omnipresente amenaza de ser torturado y asesinado, y el temor al inminente castigo.
La presencia de guardias armados y con amplios poderes para castigar por cualquier motivo y el acecho constante de las patotas que se llevaban gente para los interrogatorios, producían en los secuestrados un sentimiento de vulnerabilidad total.
La aflicción de no saber por cuánto tiempo se prolongaría el cautiverio, y la incertidumbre acerca de si serían liberados o asesinados, aumentaba la angustia de los secuestrados.
Pilar Calveiro, en este sentido dice: “el terror y la mayor parte del padecimiento psíquico del prisionero en la situación de desaparecido provienen precisamente del hecho de que puede ser objeto de cualquier cosa en cualquier momento, es decir, del hecho efectivo y la posibilidad permanente de la tortura ilimitada y la muerte como consecuencia” (En “La Verdad de la tortura en las democracias”, Pilar Calveiro, Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2008, volumen 14, n° 2)
Samuel Zaidman refirió de manera clara y precisa que “Estar en ese lugar sin protección alguna, encapuchado, esposado y con un destino bastante incierto hace que en principio uno viva en estado de tensión permanente, en principio cada día existía la posibilidad de la llegada de la patota a los gritos y patadas trayendo a alguien para torturar. La convivencia con la guardia era de tensión, podían hacer cualquier cosa y cualquier cosa podía pasar.”
Horacio Russo manifestó “… estábamos en una situación de pánico, anómala, cualquiera de nosotros sacado de una situación normal, golpeados, con la temperatura que hacía, por el día en que declaró en este juicio, por la temperatura que hacía hoy dijo, pero con frío, sin comida, encapuchados y el silencio era abrumador…”
Laura Waen manifestó “La situación permanente era de terror a volver a ser torturada, la espera”. Por último, expresó “… en Vesubio la sensación era de muerte inminente, amenaza permanente, no se sabía el destino…”
Javier Casaretto refirió que de manera constante los torturadores los amenazaban con que iban a ser interrogados mediante la aplicación de picana eléctrica. En tanto dijo “Eso era masivo para todo el mundo. Los torturadores entraban todos los días, era como su trabajo, como tarea cotidiana tenían la tarea de torturar gente y les gustaba crear ese clima.”
Gustavo Franquet, Claudio Niro, Adrián Alejandro Brusa, y Juan Carlos Farias relataron también el total estado de vulnerabilidad en que se encontraban no sólo los integrantes de la patota sino de las guardias, que eran quienes permanecían con ellos las 24 horas.
Veamos ahora la obligación de presenciar torturas de familiar o una tercera persona.
En varias ocasiones fueron trasladados al Vesubio personas que formaban un mismo grupo familiar. En estos casos, y cuando con la tortura aplicada al interrogado no alcanzaba para quebrar su resistencia, los represores se aseguraban que presenciara la tortura del pariente para quebrar su voluntad.
Dentro de las miserables condiciones de vida en que se mantenía a los secuestrados en el Vesubio, los sobrevivientes recuerdan con mucho dolor la desesperación e impotencia que significaba escuchar durante horas los gritos de las torturas que se aplicaban a un familiar.
De igual manera, resultaba profundamente tortuoso escuchar los tormentos a que eran sometidos compañeros de militancia, de colegios o a veces un desconocido.
En relación con Irma Sayago, sus compañeros de cautiverio Hugo Luciani, Elena Alfaro, Ana María di Salvo y Álvaro Aragón entre otros, recuerdan que había sido secuestrada con su hijo Pablo Míguez, de tan solo 14 años de edad, a quien torturaron para que su madre les diera datos respecto de la escritura de un inmueble.
Virgilio Washington Martínez relató lo que significó el dolor de escuchar cómo torturaban a su mujer, en palabras de él dijo: “escuché la tortura de mi esposa, sus gritos, como dos horas la torturaron... Luego un hombre que estaba libre, que andaba por ahí y era detenido, y no estaba tapado ni nada; él me llevó al lugar donde estaba mi esposa, estaba en cama, con los dos tobillos y las muñecas cortadas porque la ataron con un alambre y me dijo que le habían puesto la picana en la vagina y estaba muy golpeada.”
Genoveva Ares que fue secuestrada junto a su novio, Gabriel García, recordó en el debate que mientras la interrogaban, dijo que escuchaba como golpeaban a Gabriel en otra habitación. Nos dijo que luego “trajeron a Gabriel mientras me picaneaban para que me viera, me dijeron que grite para que él escuche...”
Pablo Martínez Sameck relató que en una oportunidad presenció como le pegaban a su esposa, María Elena Rita Fernández, y ante esa situación quiso interceder y fue brutalmente golpeado.
Gustavo Franquet recordó que poco después de ingresar al centro clandestino entraron a una chica a la sala de interrogatorios y después la torturaron y la impresión que tuvo fue que la atormentaron y los hicieron escuchar para que todos “se pusieran en situación”.
Nieves Kanje dijo durante la audiencia “eso fue una de las torturas más grandes que uno vive, escuchar a alguien que sufre y no poder hacer nada, por estar esposada.”
Sobre la escasa y deficiente alimentación, la falta de higiene y el progresivo deterioro del estado sanitario.
La alimentación brindada a los secuestrados durante el cautiverio fue pésima, sin lograr cubrir los estándares mínimos de nutrición, además de ser escasa y casi nula en los períodos en que aumentaba el número de personas alojadas en el centro.
Por otro lado la falta de higiene tanto de los propios secuestrados como del espacio físico en el que se hallaban y la privación de condiciones dignas para satisfacer sus necesidades fisiológicas, acentuaban en las víctimas la sensación de sentirse infrahumanos.
En efecto, estas características de vida en el centro, que miradas superficialmente pueden sonar como de menor entidad comparados con los otros padecimientos, cobran su verdadera dimensión cuando ponemos atención en lo que ello significó para las personas allí cautivas, no solo por las consecuencias físicas de debilidad y pérdida de peso, sino también la afectación psíquica que significaba verse sometido a comer cosas repugnantes y a vivir en la mugre para tratar de mantenerse con vida.
María Susana Reyes recordó que las comidas venían en ollas muy altas de Regimiento y siempre llegaba quemada, era como comida de Regimiento. Aclaró “… El sistema de comida era incomible… era harina o masa con tripa gorda… todo siempre quemado… de locura estar ahí…” .
Roberto Arrigo en torno a esta situación dijo “no teníamos casi para comer, escuchábamos un camioncito que traía restos de comida. Para nosotros era un manjar pero en realidad no comíamos casi nada. A la mañana, a veces en un jarrito nos daban mate cocido, a veces agua… la comida era incomible pero estábamos hambrientos... Era un mazacote... Cuando salí del centro pesaba 20 kg. menos”.
Horacio Vivas manifestó que la alimentación era muy pobre y prueba de esto es que cuando llegó a la cárcel de La Plata, a los 100 o 120 días después de que fue secuestrado, el médico de la cárcel muy preocupado le dijo que no quería recibir moribundos. Y cuando lo pesó, el testigo pesaba 45 kg., siendo que en esa época pesaba 65.
Juan Carlos Galán relató que durante su permanencia en cautiverio en el Vesubio bajó de peso, en palabras del testigo djo: “...Pesaba 100 kg. y salí con 70”. Recordemos el tiempo que Galan estuvo privado ilegítimamente de su libertad, es decir que bajó 30 kg en dos meses y medio.
Mónica Piñeiro fue clara cuando expresó “Nos moríamos de hambre. A veces un pedacito de pan era la comida para todo el día y éramos doce en la pieza. Había que partir. Algún guiso podrido. Era julio y era muy frío. Recuerdo que una noche me puse a llorar por el hambre y por el frío”.
Ricardo Wejchenberg señaló que “cuando hubo 70 personas en el mismo lugar, hubo días que casi no comíamos… hasta comíamos y peleábamos por las sobras de los guardias… el problema de la comida era importante”.
Mirta Iriondo dijo: “la alimentación era de campo de concentración, mate cocido y pan, nos repartían una vez al día y después un guiso horrible”. Asimismo, señaló: “cuando uno tiene hambre come”.
Rolando Zanzi Vigoreaux recordó “…Yo bajé muchos kilos ahí, por lo menos 15.. Nos daban mate cocido a la mañana sin azúcar. El día que le ponían una cucharada de azúcar era como una torta, una exquisitez. Nos repartíamos la comida entre nosotros cuatro raspando algo que quedara en la olla…” Agregó luego “…A causa de la escasa alimentación nos agarraban temblores… apenas nos podíamos mantener en pie. Hubo una época en que los guardias nos obligaban a hacer cuclillas y la gente se caía porque no podía. Era una forma más de tortura…”
Sobre la falta de higiene los testigos dijeron:
Osvaldo Alberto Scarfia refirió que la situación en el CCD era degradante, y en ese contexto expresó “… estuvimos mes y medio sin bañarnos, no podíamos hablar, orinábamos como perros, como animales, nos hacían orinar en un tarro… tuvimos problemas porque estuvimos tiempo sin defecar…”
Osvaldo Russo expresó durante su relato que “una vez pidió ir al baño y no lo llevaron, por ello se hizo encima”. Agregó asimismo que no podía bañarse.
Roberto Arrigo expresó “Por la mañana pasaban con un tarrito donde nos hacían orinar. De bañarse, ni hablar... un par de veces nos tiraron con un balde agua…”.
Silvia Saladino fue precisa al respecto: “Me habré bañado tres veces. Había una cortina de tela y los guardias nos miraban cuando nos bañábamos y nos decían cosas… No había papel higiénico, nos hacían limpiar con las hojas de los libros que se habían llevado de nuestras casas”. Relató que en una oportunidad un grupo de chicas empezaron a tener piojos y recordó que “habían traído frascos de detebenzil del Batallón 601… les echaron tanto que llegaron a dolerle las orejas y el cuero cabelludo”. En el mismo sentido se pronunció Nieves Kanje.
María Susana Reyes, señaló que en una oportunidad durante la guardia del “Vasco” le dijeron a ella y al resto de las embarazadas que tenían piojos, y por esa razón les tiraron una pastilla de Gamexane para matar a los piojos; entonces una de las embarazadas se desmayó, por lo que empezaron a gritar y ahí abrieron la puerta. Después de esto, refirió la testigo que con una gillette les cortaron el pelo.
Cristina Navarro, Guillermo Lorusso, Virgilio Washington Martínez, Juan Carlos Galán, Horacio Vivas, Guillermo Dascal, Javier Goldín, Alicia Carriquiriborde y Noemí Fernández Álvarez entre otros también relataron de qué manera eran llevados al baño, la excepcionalidad de esto, las condiciones del lugar y la constante práctica de golpearlos en ese momento.
Sobre la exposición a la desnudez y los demás padecimientos de connotación sexual y las violaciones
Durante su cautiverio en el centro clandestino los secuestrados también padecieron la situación de ser expuestos a estar desnudos ante los guardias y ante los demás compañeros de cautiverio.
La exposición a la desnudez de los secuestrados significó el inicio de estos actos ofensivos al pudor de las víctimas, quienes quedaban reducidas a su categoría sexual primaria como meros objetos.
En efecto, era habitual que los dejaran desnudos durante la aplicación de la picana y que los observaran mientras se bañaban siendo víctimas entonces de burlas de connotación sexual.
Los sobrevivientes del Vesubio se expresaron así respecto de los padecimientos sexuales sufridos:
Mónica Piñeiro fue clara cuando dijo: “Había que atravesar un patio para ir al baño… Una vez que nos llevan a bañarnos, no para que estuviéramos limpias, nos bañaban encapuchadas, nos mojaban, y hacían alusión a las características físicas de las que estaban allí…”.
Noemí Fernández Alvarez expresó que cuando ingresó al Vesubio la hicieron desnudar, como también cuando la sometieron a la picana eléctrica. Agregó que en una ocasión uno de los guardias intentó propasarse sexualmente, y que constantemente los amenazaban con violaciones.
Arturo Chillida manifestó que estando en el Vesubio vio muchas atrocidades, y remarcó respecto de las mujeres que estaban frente a las cuchas donde estaba él, que no las vio pero “… Escuchaba como los guardias se jactaban de haber abusado de ellas, iban y les pegaban. Se trataba de un sadismo empecinado…”.
Cecilia Ayerdi manifestó que en una oportunidad uno de los guardias “Pajarito” le dijo que debía hacer flexiones, y para eso la hizo desnudar completamente y como ella estaba con la capucha no sabe cuánta gente estaba presenciando esto.
Mirta Iriondo relató que cuando la ingresaron a la sala de tortura la hicieron desnudar y posteriormente le aplicaron picana eléctrica en el cuerpo. Asimismo, señaló que luego la dejaron desnuda delante de muchos hombres. En un momento, pidió agua y ante eso uno de ellos le introdujo el arma en la vagina mientras le preguntaba si le gustaba, y que en caso contrario no le alcanzaría el agua. Después la dejaron esposada en otro lugar, en el que pasaba un guardia y le pegaba con un palo de goma en la vagina, una y otra vez.
Ana María Di Salvo nos dijo que el momento del ir al baño era el momento de la humillación, especialmente para los varones, contó que cuando los llevaban había burlas, por sus genitales, que si eran grandes, chicos, negros, blancos, peludos, etc. y mucho golpe.
María de las Mercedes Joloidovsky mencionó en la audiencia que mientras las torturaban las dejaban desnudas y siempre había alguien que las manoseaba.
Arturo Osvaldo Chillida relató que los guardias lo humillaron a él y a Javier Casaretto, los obligaron a ducharse juntos y a frotarse mientras ellos se reían.
Creo oportuno en este tramo del alegato, lo creo oportuno para hacer una aclaración, respecto de las violaciones relatadas durante este juicio del que han sido víctimas varias mujeres secuestradas. Algunos de estos hechos ya eran conocidos en la etapa de instrucción por todas las partes pero no se requirió la elevación, y es por ese motivo que esta fiscalía no estuvo en condiciones de ampliar la acusación por los hechos de violación de los que fueron víctimas Elena Alfaro, Alejandra Naftal, Irma Márquez Sayago, Graciela Moreno y Alicia Ramona Endolz de Luciani.
Así relataron las sobrevivientes estos hechos:
María Susana Reyes, quien estuvo en cautiverio en la misma cucha con Graciela Moreno, manifestó en la audiencia que ésta le contó que había sido violada por “Pancho” que era uno de los guardias. Ana María Di Salvo, Elena Alfaro y Mabel Celina Alonso también contaron que supieron que Graciela Moreno había sido violada.
Alejandra Naftal relató que uno de los guardias apodado “La Vaca” la violó mientras estuvo alojada en la casa 2 y que la amenazó con lastimar a su sobrina de 2 años de edad si contaba lo ocurrido. Dijo Alejandra que la violación “… era práctica como tortura como cualquier otra, para desmoralizar, para quitarle identidad a la persona, para cosificar”.
Elena Alfaro nos contó que el 20 de junio de 1977, un día feriado, DURAN SAENZ no se fue como se iba todos los fines de semana a escuchar misa y ver a su familia, no se fue a Azul. Relató que estaba en la jefatura y él le dijo que la iban a llevar a la Sala Q, que preparara algunas ropas que la iban a trasladar y la lleva al Regimiento de La Tablada. Contó que una vez en el lugar la llevó a su cuarto y la violó. Luego de esto, la dejó todo ese día atada. Dijo Elena “no solo fuimos torturadas sino que además sufrimos este tipo de vejámenes y violaciones”. Rescató la valentía y la dignidad de las mujeres que se atreven a denunciar en los juicios que se están desarrollando que fueron violadas, y dijo entonces “que la única manera de mantener la dignidad es contar que fuimos violadas y que también eso es un crimen contra la humanidad, las violaciones no son torturas solamente, porque además nos torturaron, nos pegaron, nadie se salvó de la picana, nadie se salvó de haber sido considerado infra-humano, y esta ideología, de DURAN SAENZ es que las mujeres éramos o servíamos nada más que para el grito bárbaro del coito inmundo de ellos y que no servíamos más que para ellos, para su placer.”
Le pido a la Señora Defensora que por favor, no omita transmitirle al acusado los tramos que le atañen para garantizar su derecho de defensa.
En su declaración Elena Alfaro relató también las violaciones sufridas por otras compañeras de cautiverio.
Dijo en relación a María del Pilar García Reyes a quien conocía como ‘Elsa’: “Cuando fue violada por el Zorro, ELSA, no tuvo mejor idea que ponerse a rezar el padre nuestro para ver si lo podía frenar, pero ella para dispersarse de ese momento animal se puso a rezar y fue realmente muy comentado entre todos nosotros.”
Alicia Endolz de Luciani en su declaración obrante en el legajo 751 incorporada por lectura, relató que cuando las guardias estaban a cargo de “El Nono” o del “Vasco”, éstos retiraban a las secuestradas de las cuchas y las llevaban a la enfermería donde eran violadas. Dijo que ella también fue sacada de la cucha en unas seis oportunidades y llevada a la enfermería donde era violada por todas las personas que se hallaban en el lugar.
Hugo Pascual Luciani en su declaración obrante en el legajo 751 incorporada por lectura, manifestó que presenció una violación del guardia que se hacía llamar ‘El Polaco’ a Irma Márquez Sayago a quien conocía con el apodo de ‘Violeta’. Dijo en su declaración que ‘El Polaco’ “era un tipo que se hacía chupar el pene por la pobre Violeta y el hijo tenía que estar mirando, eso es cruel.”
Pero además de estos hechos ya conocidos, Adrián Alejandro Brusa manifestó que cuando estaban a punto de ser liberados y mientras se encontraban alojados en Coordinación Federal, las dos jóvenes que lo acompañaban, Mirta Diez y Laura Katz, le contaron que habían sido violadas durante su cautiverio.
Es importante señalar que Laura Katz –cuyo caso no forma parte de este juicio pero está incluido en la investigación que se lleva a cabo del Juzgado del juez Rafecas- contó ante el médico que la revisó cuando fue dejada en el Regimiento de La Plata que había sido violada. Esta misma denuncia la realizó ante el Coronel Basilis en oportunidad de ser interrogada y ambas constancias obran en el expediente del Consejo de Guerra.
Osvaldo Russo, manifestó durante el debate que fue secuestrado junto a su novia Graciela Nora López y recordó que ella le había contado que habían abusado de ella.
Sr. Presidente yo considero que del relato de las características que adquirió la tortura en este centro clandestino deja muy claro que la violencia sexual tuvo un protagonismo especial. Se trata de agresiones que sin duda pueden paragonarse con la tortura, por sus sistematicidad y también por su gravedad. Por esa misma razón también esas violaciones constituyen crímenes de lesa humanidad y como tales son imprescriptibles. Su vinculación con delitos de acción pública torna innecesario el impulso de la acción por parte de la víctima, más allá de que su relato implica dicho impulso, puesto que, narradas en el marco de un juicio oral, como han sido, es evidente que no hay “estreopitus fori” que resguardar cuando la víctima ha contado su padecimiento en la audiencia.
Pero estas violaciones son mucho más que la tortura. Es mi opinión que esta violencia, que si bien no distinguió entre varones y mujeres cobró su expresión más brutal y sistemática con las últimas, exhibió un impulso volitivo especial en los autores e imprimió una marca singular en la subjetividad femenina. Recordemos señores que aquí se han narrado hechos horribles por parte de las mujeres víctimas pero que sin embargo se detuvieron ante ataques al pudor relativamente menos ofensivo que el de la violación y los relataron con una particularidad muy especial que con la mínima sensibilidad se pudo percibir. Digamos entonces que esto fue un mecanismo de humillación, de sometimiento y de quebranto moral particularizado montado sobre prácticas de violencia de género, y como tal se autonomiza de los demás tormentos y así deben ser investigados y juzgados.
Yo en consecuencia, dejo desde ya solicitado al Tribunal que remita los testimonios al juzgado federal para que los incorpore al objeto de las investigaciones que están en curso de las agresiones de índole sexual que sufrieran las víctimas que declararon en esta audiencia.
De tal modo, entonces para dejarlo formalmente peticionado, pido que se extraigan los testimonios y se remitan al Juzgado Federal N° 3 a fin de que integren el tramo remanente de la investigación de este centro clandestino, los hechos de violación ocurridos en el Vesubio y que tuvieron como víctimas a Elena Alfaro, Alejandra Naftal, Graciela Moreno, María del Pilar García Reyes, Laura Katz, Irma Márquez Sayago, y Graciela Nora López. Dejamos aquí en esta nomina afuera a aquellas personas que se han visto imposibilitadas de declarar en este juicio por cualquier impedimento.
Hablemos ahora de la brutalidad antisemita que campeó en el centro clandestino.
Tal vez en el afán de remedar los campos de concentración nazis de la Segunda Guerra Mundial, los represores argentinos no se quisieron privar de tratar con un plus de crueldad a las personas de origen judío.
Varios sobrevivientes, entre ellos Alfredo Peña y Rolando Zanzi Vigoreaux, dijeron en la sala de torturas había inscripciones de svásticas y consignas nazis.
Alejandra Naftal recordó que a Leonardo Zaidman y a Weisntein les habían cambiado el apellido. Nos dijo que “Había una gran xenofobia judía”. Relató también que en una de las sesiones de tortura la interrogaron por organizaciones judías a las que no perteneció. Nos dijo “Recuerdo que terminó la sesión y grite ‘Soy judía pero argentina’”.
Cristina Navarro, Arnaldo Piñón y Cecilia Vázquez recordaron que Ernesto Szerszewicz fue muy golpeado y la guardia se ensañaba con él por ser judío.
Alicia Carriquiriborde manifestó “… de los chicos el que estaba muy golpeado era Gabriel Dunayevich porque era judío… había una especie de ensañamiento por su condición de judío…”.
Inés Vázquez recordó que escuchaba a los guardias ensañados con Miguel Thanhauser porque era judío.
Veamos algunas otras humillaciones proferidas en el Vesubio.
Constantemente los secuestrados fueron sometidos a un trato despiadado por parte de los guardias con el fin de humillarlos y degradarlos para lograr quebrar así su resistencia psíquica, ocasionándoles un sufrimiento moral.
Silvia Saladino al relatar su permanencia y padecimiento en el Vesubio mencionó que había compartido cautiverio con Lyda Curto Campanella y que en una ocasión “después de que la habían torturado Lyda se había desvanecido y la sacaron al patio, era invierno. Pude ver cómo la sacaron desnuda y le tiraron un balde de agua fría para limpiarla”
Mirta Iriondo refirió que como el baño no tenía puerta, hacían las necesidades mientras todos los que estaban ahí miraban y la vez que la dejaron bañar los guardias la manosearon. Manifestó que ese tipo de maltrato era habitual sumado a los constantes golpes que recibía cada vez que pasaba por el baño. Iriondo nos dijo en la audiencia “nos daba miedo ir al baño”.
Cristina Navarro narró durante la audiencia que su marido Arnaldo Piñon, con quien fuera secuestrada y compartió cautiverio, sufrió humillaciones por parte de los guardias, en tanto contó que “… tengo la imagen de estar parada junto a Arnaldo donde le pusieron una pinza en el pelo y un guardia le pegaba y le decía “que haces con esa pincita maricón”.
Cecilia Vázquez de Lutzky manifestó que en una ocasión la golpearon en una rodilla con una cachiporra y eso le causó una fuerte hemorragia, y como le costaba vestirse la arrastraron para humillarla.
Ricardo Cabello refirió el guardia de Saporitti le daba palazos en la clavícula y disfrutaba mostrarlo ante las chicas cuándo se podía bañar, y les decía “miren a este perejil, tiene 15 años”.
Noemí Fernández Álvarez manifestó: “ese cautiverio era horrible, estábamos en condiciones inhumanas. Las mujeres teníamos la menstruación pero no teníamos nada para ponernos, era algo espantoso”.
Ana María Di Salvo relató en la audiencia que Marta Brea le contó una vez que el guardia que estaba parado en la puerta la miraba mientras ella estaba en el baño, y que entonces ella, que estaba menstruando, se sacó el trapo sucio, usado, y se lo mostró al guardia que estaba en la puerta y le dijo ¿esto miras? Y ahí, el guardia se dio vuelta y se fue.
Eduardo Kiernan relató que en una oportunidad Juan Marcelo Soler Guinar pedía que lo llevaran al baño mientras estaba la guardia de Kolinos y Juan Carlos. Contó que después de cuatro horas de espera Soler hasta gritaba y como no pudo aguantar más se hizo encima. Contó entonces que Kolinos lo obligó a comer sus propios excrementos. Dijo Kiernan “Era una escena dantesca … gritaban como locos, y los gritos de Soler y las arcadas de Soler y los llantos, fue una cosa que no se puede creer, esos 15 o 20 minutos de ese show macabro”.
Sobre la imposición de sesiones de tormento físico.
Todos estos hechos creaban una situación de terror que afectaba profundamente al sujeto y dentro de la cual la tortura como rito de suplicio específico constituía una etapa más. Con mayor o menor ensañamiento, casi todos los secuestrados fueron sometidos a tormentos durante el interrogatorio. Ello era inevitable.
Los testimonios de casi todos los sobrevivientes dan cuenta de esto, pero vamos a repasar solo algunos.
Genoveva Ares al declarar manifestó que fue torturada, en más de una oportunidad mediante la imposición de la picana. Nos dijo que ”Me dicen que hable, volví a decir lo mismo, y aumentan la intensidad de la picana, me pasan la picana por pechos, por la boca, por los genitales, me introducen la picana en la vagina, siguen con toda esa zona, van bajando por el interior de piernas, de los pies y vuelven a las encías y cada vez con más intensidad..”
María Angélica Pérez de Micflik contó cuando ingresó al Vesubio la hicieron desvestir y la torturaron con picana eléctrica, para ello le pusieron una cuchara en la vagina y ahí pasaban electricidad, paralelamente la interrogaban y le pegaban cachetazos.
Noemí Fernández Alvarez contó en la audiencia que cuando ingresó al Vesubio la hicieron desnudar, y le hicieron “submarino” es decir, le metían la cabeza en la bañera mientras la interrogaban. En este contexto, la testigo dijo: “resistí lo que pude, a veces conseguía zafar y respirar pero no sé cuanto tiempo pasó, calculo que una hora duró la tortura y me abandoné y me ahogué y no tuve mas conciencia hasta un momento en que estaba al lado de una chimenea porque sentía calor, y tenia mantas, parece que me estaba reanimando, volví a caer en el sopor, y estuve así hasta el sábado siguiente.”
Horacio Vivas relató que durante su permanencia en el Vesubio fue víctima de la imposición de picana eléctrica en varias ocasiones, a veces le sumergían la cabeza en una bañera con agua simulando el ahogamiento y le propinaban golpizas que le decían “el teléfono”.
Explicó Vivas que esta práctica consistía en aplicar “… Golpes en ambos oídos al mismo tiempo que nos dejaban una disminución acústica importante, nos reventaban los tímpanos y sangraban los oídos...”. También manifestó que “la tortura era igual a todos. Electricidad era la especialidad, nos llevaban al mismo lugar en diferentes momentos. Cuando alguien ocupaba ese colchón elástico metálico, la otra persona estaba en otro lugar, iban turnando la ocupación de ese lugar. Si sé que utilizaban... yo no sabía que existía ese cantante, pero ponían unas grabaciones de Julio Iglesias y cada vez que lo escuchaba en Madrid tenía ganas de salir corriendo. Eso lo usaban para acallar los gritos de los torturados...”.
Juan Carlos Galán manifestó que las veces que lo torturaron le decían que tenían a su padre y a su mujer, de esta manera, refirió el testigo que “… Como no era verdad, era una tortura psicológica…”.
Dora Garin refirió que fue interrogada y la quemaron en las manos y en el busto con cigarrillo.
Podemos concordar entonces señores, en que el sometimiento continuo, reiterado y duradero a este cúmulo de prácticas degradantes constituyen tormento.
Ya Rodolfo Walsh, nuevamente, en la célebre Carta Abierta a la Junta Militar advertía “La falta de límite en el tiempo [de detención] ha sido complementada con la falta de límite en los métodos,…Mediante sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerrilla justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido. “
Como dice José Pablo Feinmann en su libro La sangre derramada; “hay una vergüenza de la no se vuelve: LA TORTURA”.
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