INTRODUCCIÓN
Sr. Presidente pienso que todos los que estamos aquí reunidos van a coincidir conmigo en que cada vez que a través de los testimonios personales o el documento tomamos contacto con la cuestión de los desaparecidos en la Argentina o en cualquier otro país sudamericano el sentimiento que se manifiesta casi de inmediato es el sentimiento de lo diabólico. Desde luego vivimos en una época en que la referencia al diablo parece cada vez más ingenuo o también más tonto y sin embargo es imposible enfrentar el hecho de los desapariciones sin que algo en nosotros sienta la presencia de un elemento infrahumano, de que una fuerza que parece venir de las profundidades, de esos abismos donde inevitablemente la imaginación termina por situar a todos aquellos que han desaparecido. Si las cosas parecen relativamente explicables en cuanto a la superficie, digamos, los propósitos, los métodos, y las consecuencias de las desapariciones, queda sin embargo un trasfondo irreductible a toda razón, a toda justificación humana, y es entonces que el sentimiento de lo diabólico se abre paso como si por un momento hubiéramos vuelto a las vivencias medievales del bien y del mal, como si a pesar de todas nuestras defensas intelectuales, lo demoníaco estuviera una vez más, aquí, diciéndonos “¿ves?, existo, acá tenés la prueba”.
Si toda muerte humana entraña siempre una pérdida irrevocable, qué decir entonces de esta ausencia que se sigue dando como presencia abstracta, como la obstinada negación de la ausencia final. Ese círculo faltaba en el infierno dantesco y los supuestos gobernantes de este país, entre otros, se encargaron de la siniestra tarea de crearlo y de probarlo. De esa población fantasmal, a la vez tan próxima y tan lejana se trata esta reunión. Por encima y por debajo de las consideraciones jurídicas, los análisis y las busquedas normativas, en el terreno del derecho interno y el derecho internacional, es de este pueblo las sombras de los desaparecidos que estamos hablando.
Si de algo siento vergüenza frente a este fratricidio que se cumple en el más profundo secreto para poder negarlo después cinicamente, es que sus responsables y sus ejecutores son argentinos, o son uruguayos, o son chilenos, son los mismos que antes y que después de cumplir su sucio trabajo, salen a la superficie y se sientan en los mismos cafés, en los mismos cines donde se reunen aquellos que hoy o mañana pueden ser sus víctimas. Lo digo sin ánimo de paradoja, más felices son aquellos pueblos que pudieron o pueden luchar contra el terror de una ocupación extranjera. Más felices sí, porque al menos sus verdugos vienen de otro lado, hablan otro idioma, responden a otras maneras de ser. Cuando la desaparición y la tortura son manipuladas por quienes hablan como nosotros, tienen nuestros mismos nombres y nuestras mismas escuelas, comparten costumbres y gestos, provienen del mismo suelo y de la misma historia, el abismo que se abre en nuestra propia consciencia y en nuestro corazón, es infinitamente más hondo que cualquier palabra que pretenda describirlo.
Pero precisamente por esto, porque en este momento tocamos fondo como jamás lo tocó nuestra historia, llega sin embargo de etapas sombrías nuestra historia precisamente por esto, hay que asumir de frente y sin tapujos esta realidad que muchos pretender dar por terminada. Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se ha querido hacer entrar en el cómodo país del olvido. Hay que seguir considerando como vivos a los que acaso ya no lo están pero que tenemos la obligación de reclamar uno por uno, hasta que la verdadera respuesta muestre finalmente la verdad que hoy se pretende escamotear.
Esto era el texto que leyó Julio Cortazar en enero de 1981 ante el senado francés en el conocido Coloquio de París donde quinientos juristas y personalidades de todo el mundo, entre ellos el ex presidente Arturo Illia o Alberto Pérez Esquivel, que era el nobel Nobel de la Paz, se pretendía debatir, también desde lo técnico, acerca de las desapariciones forzadas y la tortura, y el exterminio que campeaba por toda la región. Este fue el documento que en el año 2005 presentó la República Argentina junto con la República Francesa que fueron los países promotores de lo que hoy es la Convención Internacional contra la Desaparición Forzada de Personas. El texto de Cortazar era preclaro, como casi todo lo que Cortazar hizo y dijo, volvió a nuestro país en el año ´84 a morir, el poder de entonces no lo recibió y dejó esta obstinada, este obstinado mandato que dejaron todas las víctimas. Nosotros simplemente nos sentimos muy honrados de poder estar en este punto de ese futuro que proyectaba Cortazar acusando a los acusados de este juicio. Creemos que estamos acá porque las Madres jamás abandonaron a sus hijos, creemos que estamos acá porque los Hijos jamás olvidaron a sus padres, que azuzaron a una sociedad narcotizada por el consumo o angustiada por la sobrevivencia cotidiana cuando irrumpieron en su adolescencia para recordar que aquí había cosas pendientes. Estamos acá por las abuelas que jamás olvidaron a sus nietos, y estamos y se nos permite, para homenajear a Ana María Di Salvo a quien tanto pudimos querer con el poco tiempo con el que compartimos, y que dejó su vida en este juicio, lo mismo que a Graciela Dellatorre, a quien pedimos disculpas por el juicio del año 2008, ó 2009, porque íbamos a tener que traerla nuevamente a declarar y no pudo llegar aquí. Estamos también para, desde nuestro oficio humilde de abogados, honrar la memoria de la Dra. Falcone y el Dr. Hochman, nuestros colegas todavía desaparecidos del Vesubio, gente que nos recuerda que esta profesión es algo más que el ejercicio de la prostitución en donde en nombre de un dogma moral autorreferente llamado la abogacía se puede defender a desaparecidos y desaparecidos sin que el rostro marmóreo y teñido con el verde del dólar no se les mueva un músculo, Señor Presidente.
Después de más de 14 meses de juicio, la fiscalía considera que ha quedado acreditado que 155 personas fueron privadas ilegalmente de su libertad entre los años 1976 y 1978 y fueron conducidas a un centro clandestino de detención conocido como “Vesubio” sito en un predio ubicado en la intersección de Camino de Cintura y Autopista Riccieri donde fueron sometidas a cautiverio en las más inhumanas condiciones de vida que configuran tormentos. Algunas de estas personas fueron liberadas, muchas de ellas fueron asesinadas y una enorme cantidad permanece en situación de desaparición forzada, acarreando como una de las principales consecuencias, y no la única, que sus familias desconocen hasta el día de la fecha el paradero de los restos de sus seres queridos.
Y concretamente respecto de las 22 víctimas asesinadas, ha quedado demostrado que en todos los casos aquellas se encontraban secuestradas en el centro clandestino, fueron sacadas de dicho lugar y fusiladas en condiciones de absoluta indefensión y clandestinidad, habiendo sido hallados sus cuerpos en escenas montadas al solo efecto de mostrar al resto de la población, que estas personas habrían muerto en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad: esto es lo que ocurrió en las localidades de Montegrande, de Del Viso, de Avellaneda y de Lomas de Zamora.
También quedó acreditada la existencia de un sistema represivo cuidadosamente diseñado para cometer estos secuestros, mantener cautivos y luego hacer desaparecer a las víctimas, al que nos referiremos más adelante.
En ese sistema, la Subzona 1.1 dependía del I Cuerpo de Ejército y estaba a su vez dividida geográficamente en Áreas que dependían de esa subzona, con funciones operativas en ese plan de represión. En el marco de la subzona y concretamente en el área 114 operaba el CCD Vesubio, lugar en el que fueron mantenidas en cautiverio las 155 personas cuyos casos se trataran a continuación.
Finalmente ha quedado probada la responsabilidad de los aquí imputados; con responsabilidad en el comando de la subzona y área, en los casos de Héctor Humberto Gamen y Hugo Ildebrando Pascarelli respectivamente; de la Jefatura del propio centro clandestino en el caso de Pedro Alberto Duran Saenz, y de los penitenciarios encargados de mantener en cautiverio en condiciones inhumanas a las personas allí secuestradas: Ramón Antonio Erlan, José Néstor Maidana, Roberto Carlos Zeolitti, Diego Salvador Chemes y Ricardo Néstor Martínez.
HECHOS
A continuación se describen los hechos que han quedado acreditados en este juicio.
Se los numerará conforme lo ha hecho el juez de instrucción en el auto de elevación, numeración en la que se sigue una continuidad cronológica, a fin de facilitar la labor de todos.
Sin perjuicio de ello, y respetando esa numeración, hay un par de excepciones: el tratamiento del caso nro. 45 correspondiente a Nelo Gasparini se realizará con el resto de los casos de Monte Grande (del 17 al 29) y el caso nro. 70 de Daniel Ricardo Wejchemberg será analizado con el paquete de casos de Vanguardia Comunista.
Se mencionará también en cada caso a cuáles de los imputados se atribuye cada hecho.
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